viernes, 1 de diciembre de 2006

Palmira y Gustavo: Parte 1

Cuando Palmira y Gustavo se conocieron, ella era muy, pero que muy jovencita; él no tanto. Se enamoraron con tal abrasadora intensidad que todo la Quiaca sabía que, cuando sus labios entraban en contacto, no se les podía mirar directamente, a riesgo de quedarse ciego.

Los 14 años de Palmira eran pocos para contener toda esa pasión que amenazaba con consumirla, por eso, a pesar de derramar mares de lágrimas de desesperación, en un rinconcito de su alma se sintió aliviada cuando sus padres le dijeron que se mudaban a Salta.

Gustavo no tuvo mucho tiempo para extrañarla; la muerte de su padre le obligó, como primogénito, a tomar las riendas de la familia. Eran tres hermanos a los que mantener y proporcionar una educación, más dos hermanas a las que casar y una madre a la que consolar. Teniendo en cuenta que el difunto don Habib Camar se gastaba todo a las cartas, Gustavo necesitaba encontrar un trabajo.

Empezó manejando un camión de los de Don Jaime, compañero de naipes del padre, irónicamente uno de los mayores beneficiarios de la famosa mala suerte de aquel. Alcanzaba apenas para comer, tenía que encontrar la forma de sacar adelante a los suyos, él era el hombre de la familia y la responsabilidad estaba por encima de los deseos de su corazón. Se casaría con Inés.

Doña Inés era una viuda relativamente bien acomodada, unos años mayor que él, con la que venía encamándose desde que su amor se fue a Salta. Él no la amaba, pero ella a él sí, y aunque su corazón no le pertenecía, la viuda sabía que podía retenerlo con su cuerpo todavía generoso y apetecible y su buena experiencia en el catre.

Los pesos empezaron a correr y mientras Gustavo le engendraba a la viuda un nene primero y una nena después, le alcanzó para financiar algunos negocios de frontera con Bolivia, que le dejaron muy buena plata para conseguir puestos, ajuares, y dar préstamos. Los hermanos y cuñados empezaron a llamarle "jefe", la gente en la calle empezó a detenerse para saludarle, y a llamarle Don Camar.

A los 17 a Palmira la casaron con un contador que le llevaba quince años, Don Alfredo Vargas, cuya necesidad de una esposa no radicaba en lo físico ni en lo emocional, sino meramente en lo social.
El día antes de la boda, llevaron todas las cosas de la niña a la que iba a ser su nueva casa, ya que los padres de Palmira extrañaban mucho su terruño en el norte y habiendo colocado a su única hija, pensaban regresarse a la Quiaca tan pronto como terminara la fiesta.

El descubrimiento, la noche de bodas, de que Palmira no era virgen le produjo al contador Vargas una profunda decepción, que no le impidió seguir visitando su lecho todos los días hasta que Palmira le comunicó que estaba embarazada, dos meses y medio después. No la volvió a tocar.


3 comentarios:

gerund dijo...

aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah! esta era??? ah, pero no es el motivo del blog...


=D

(ah, sí, ahora andá a ver como de a poco te empiezo a llenar los posts viejos de comentarios... ¡has creado a un monstruo!

gerund dijo...

pd, está bueno! sigue?

Fodor Lobson dijo...

Jajajaja,
buceando en el pasado, doña Ge...

Lo del sombrero es un accidente. Mucho tiempo después de publicar esto, en aquellos tres días en que THC fue negro, usé este post para crear la imagen y copiar el código HTML. Luego me olvidé de borrar la imágen.

Es probable que algún día retome el tema, previa reescribición de esta primera entrega.