Vocación (ii)
por Fodor Lobson
(Continuación, viene de acá)
Convengamos que a los diez años, el abanico de enfermedades a disposición de uno es más bien reducido. Ese año lo pasé alternando entre resfríos e indigestiones, que de a poquito fueron minando la paciencia de mis progenitores.
Mi madre dejó de correr alarmada a mi cama cuando yo profería un quejido, y se limitaba a meter la cabeza por la puerta, revolear los ojos y susurrar “y ahora, ¿qué?”. Susurrar para que mi padre no se enterara, porque a la tercera indigestión, papá dejó de hablarme y empezó a mirarme con ojos de “no te mato porque eres mi único hijo varón y de ti depende la continuidad del apellido”.
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A tal punto llegó el nivel de hartazgo de mi familia que terminaron pasando una vergüenza espantosa el día que a las nueve y cuarto recibieron una llamada de la indignada directora de la escuela, exigiendo que fueran a buscar su hijo, a quien habían mandado a clase con 39 de fiebre sin molestarse siquiera en tomarle la temperatura. Porque una cosa es ser hipocondríaco y otra muy distinta es ser inmune a la gripe en uno de los inviernos más fríos que se recuerdan en Barcelona.
.
Una feliz coincidencia hizo que poco después de ese episodio el destino pusiera en mi conocimiento la existencia de una dolencia, al lado de la cual, mi catálogo de enfermedades resultaba como mínimo patética.
La oportunidad vino de la mano de Juvenci, mi mejor amigo. Hasta el año anterior éramos compañeros de pupitre y de juegos. Él me enseñó a jugar a las canicas y yo le enseñé a jugar a las cartas. Hacíamos todo juntos; todas las tardes, al salir de clase, íbamos un día a su casa y al otro a la mía, a merendar el infaltable bocata de nocilla, al que éramos adictos.
Lamentablemente, al finalizar el curso anterior, los padres de Juvenci lo cambiaron de escuela. No más pupitre, no más canicas, no más cartas, no más juntada todas las tardes, no más bocata de nocilla compartido. Apenas nos veíamos una vez a la semana, o menos, cuando nos encontrábamos casualmente en la plaza a medio camino entre nuestras casas.
Fue en uno de esos reencuentros placeros, en el que subiéndose un poco la camiseta me muestra una espectacular cicatriz
.
- me operaron de apendicitis
- Cuéntamelo todo
.
En mi entorno cotidiano, la casa y la escuela, todos habían perdido el contacto con Juvenci, por lo que nadie sabía de su operación, y mi madre todavía estaba llena de culpa por haberme mandado a la escuela con fiebre; las condiciones estaban dadas para poder dar un salto significativo en mi carrera de hipocondríaco. Esa misma noche, durante la cena, empecé a quejarme de dolor abdominal.
-no, no en la panza, es en el costado… muy fuerte, como si me clavaran un cuchillo – dije acostado en el sofá y doblado por la cintura.
- ¿es que te han acuchillado alguna vez, que sabes lo que se siente? – vomita papá escéptico; y es que a papá la culpa sólo le había durado dos días. Mamá lo miró furiosa y le gritó
- Déjalo tranquilo, que no ves como está el niño, pobrecito
- Como una cabra – dice mi hermana mayor sin levantar ni siquiera la mirada de la “Super Pop”, la revista para adolescentes con más tiraje en la España de los ochenta.
- Os calláis todos. Tú – dirigiéndose a mi padre - saca el coche que nos vamos a urgencias del Sant Pau – y tú – a mi preadolescente hermana - te comes un flan y te acuestas, nada de tele, y deja de una puñetera vez esa revista, ¡por Dios!
.
.
Esa noche pasaron muchas cosas en mi familia; a mí me extirparon un apéndice perfectamente sano, mi madre desterró para siempre el sentimiento de culpa a una habitación con llave en algún rincón recóndito de su mente, mi padre se resignó y aceptó que su hijo no iba a ser una persona normal y mi hermana, siguiendo los consejos de la “Super Pop“, consiguió que el vecino le diera su primer beso con lengua y le tocara una teta.
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(continuará)
Mi madre dejó de correr alarmada a mi cama cuando yo profería un quejido, y se limitaba a meter la cabeza por la puerta, revolear los ojos y susurrar “y ahora, ¿qué?”. Susurrar para que mi padre no se enterara, porque a la tercera indigestión, papá dejó de hablarme y empezó a mirarme con ojos de “no te mato porque eres mi único hijo varón y de ti depende la continuidad del apellido”.
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A tal punto llegó el nivel de hartazgo de mi familia que terminaron pasando una vergüenza espantosa el día que a las nueve y cuarto recibieron una llamada de la indignada directora de la escuela, exigiendo que fueran a buscar su hijo, a quien habían mandado a clase con 39 de fiebre sin molestarse siquiera en tomarle la temperatura. Porque una cosa es ser hipocondríaco y otra muy distinta es ser inmune a la gripe en uno de los inviernos más fríos que se recuerdan en Barcelona.
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Una feliz coincidencia hizo que poco después de ese episodio el destino pusiera en mi conocimiento la existencia de una dolencia, al lado de la cual, mi catálogo de enfermedades resultaba como mínimo patética.
La oportunidad vino de la mano de Juvenci, mi mejor amigo. Hasta el año anterior éramos compañeros de pupitre y de juegos. Él me enseñó a jugar a las canicas y yo le enseñé a jugar a las cartas. Hacíamos todo juntos; todas las tardes, al salir de clase, íbamos un día a su casa y al otro a la mía, a merendar el infaltable bocata de nocilla, al que éramos adictos.
Lamentablemente, al finalizar el curso anterior, los padres de Juvenci lo cambiaron de escuela. No más pupitre, no más canicas, no más cartas, no más juntada todas las tardes, no más bocata de nocilla compartido. Apenas nos veíamos una vez a la semana, o menos, cuando nos encontrábamos casualmente en la plaza a medio camino entre nuestras casas.
Fue en uno de esos reencuentros placeros, en el que subiéndose un poco la camiseta me muestra una espectacular cicatriz
.
- me operaron de apendicitis
- Cuéntamelo todo
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En mi entorno cotidiano, la casa y la escuela, todos habían perdido el contacto con Juvenci, por lo que nadie sabía de su operación, y mi madre todavía estaba llena de culpa por haberme mandado a la escuela con fiebre; las condiciones estaban dadas para poder dar un salto significativo en mi carrera de hipocondríaco. Esa misma noche, durante la cena, empecé a quejarme de dolor abdominal.
-no, no en la panza, es en el costado… muy fuerte, como si me clavaran un cuchillo – dije acostado en el sofá y doblado por la cintura.
- ¿es que te han acuchillado alguna vez, que sabes lo que se siente? – vomita papá escéptico; y es que a papá la culpa sólo le había durado dos días. Mamá lo miró furiosa y le gritó
- Déjalo tranquilo, que no ves como está el niño, pobrecito
- Como una cabra – dice mi hermana mayor sin levantar ni siquiera la mirada de la “Super Pop”, la revista para adolescentes con más tiraje en la España de los ochenta.
- Os calláis todos. Tú – dirigiéndose a mi padre - saca el coche que nos vamos a urgencias del Sant Pau – y tú – a mi preadolescente hermana - te comes un flan y te acuestas, nada de tele, y deja de una puñetera vez esa revista, ¡por Dios!
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Esa noche pasaron muchas cosas en mi familia; a mí me extirparon un apéndice perfectamente sano, mi madre desterró para siempre el sentimiento de culpa a una habitación con llave en algún rincón recóndito de su mente, mi padre se resignó y aceptó que su hijo no iba a ser una persona normal y mi hermana, siguiendo los consejos de la “Super Pop“, consiguió que el vecino le diera su primer beso con lengua y le tocara una teta.
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10 comentarios:
Cuánto me alegro de que haya vuelto a visitar el perfil "literario".
Enhorabuena.
S.
PD: Juvenci, que nombre de mierda!
El relato se va poniendo cada vez mejor, pero el remate del beso de lengua y tocada de teta, son impagables
Clap, clap, clap! Aplauso, medalla y beso.
Qué gran relato, don Fod! LLoré (de risa).
definitivamente el sexo vende, justo iba a poner lo mismo que María
jajajja
Viejo ¡qué bueno! ¡Hay que lograr que a uno le saque un apéndice sano, eh! Me muero (cuac) por saber cómo sigue esta apasionante historia!
Subjo,
me alegro que se alegre... y espérese a conocer el final (dentro de un par o tres de capítulos) chan (estrategia de ventas que se dice) cuack.
btw: sí, definitivamente Juvenci no es un nombre fácil.
María,
jejeje, parece que la he hecho acordarse de la primera vez que la mmm ¿cómo decirlo elegantemente? palparon.
Cass,
thnx :-)
(mejor llorar de risa que reir de pena)
Didí,
ajajá!!! otra que se puso a recordar sus primeros combates
Ge,
Me alegro de que le haya gust... un momeeeeento mi detector de sarcasmo dice que hay 50% de posibilidades de que su comentario tenga doble intención (plop)
Buen blog!
JJ
graciassss vuelvass brontoss
Noooooooooooo si nosotras somo ángeles... Bueno, maldita no, es cierto, pero yo... vamos!
Jajajajajajajajajaja!!!!
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