Mi vecino Lacremi

por Fodor Lobson

Lacremi es el terror del edificio. ¿Qué digo del edificio? ¡de la cuadra! Todos los vecinos le tienen, le tenemos, miedo y nos cruzamos de vereda cuando lo vemos aparecer, remoloneamos en la plaza cuando lo vemos en el portal, evitamos subir a solas con él en el ascensor, y cuando se instala en lo de Pedro, el quiosco de al lado, si tenemos que hacer alguna compra de último momento, pasamos de largo y caminamos una cuadra hasta la estación de servicio de la esquina.
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Lacremi no es un delicuente, no es un drogadicto, no es abogado ni trabaja en el AFIP. No anda pidiendo dinero, o favores. Tampoco es que huela mal, ni siquiera tiene mal aliento. El problema de Lacremi es que es muy pesado, un verdadero plomazo. Si te agarra desprevenido, y consigue entablar conversación, ya no te deja, te atrapa en una charla de banalidades o de novedades del día a día que lo indignan, como el precio del pan o la última estupidez que ha pergeñado el político de turno, y salta de un tema a otro en una vorágine desesperante de la que no sabés como librarte.
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Lacremi tendrá entre 70 y 80 años pero está en bastante buena forma física; todas las mañanas sale a caminar un rato haciendo tiempo hasta la una y media, hora en que le traen la comida que pide al delivery de alguna rotisería. Por la tarde, tras la siesta se instala en la plaza a leer el diario, hasta que empieza a oscurecer y se cruza al quiosco, a darle la charla a Pedro, que tiene la paciencia de Job. Y así un día tras otro, porque básicamente el problema es que Lacremi está solo. Muy solo. Su hijo vive en España y su mujer murió hace dos o tres años. Estaba muy mal la señora. Física y mentalmente. Cada vez que nos encontrábamos en el ascensor era como si nos conociéramos por primera vez y repetíamos el mismo diálogo.
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- ¿De dónde es usted, porque acento mendocino, no tiene?
- De Barcelona, señora
- Aaaaah, Barcelona, mi hijo que vive en Madrid. Es físico y hace un trabajo de investigación muy importante.
- ¡qué bueno!, señora, cómo me alegro. Bueno, hasta luego.
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Y él - no sé si por seguirle la corriente a su esposa, o porque a él también le fallan un par de conexiones - asentía a todo y la guiaba del codo para la casa. Así, una o dos veces por semana durante 7 u 8 años, hasta que la señora murió, y Lacremi salió del encierro y se instaló en nuestras vidas.
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Cada uno tiene su estrategia para evitarle. La mía es la del celular y la repito una y otra vez amparándome en la suposición que al igual que le pasaba a su esposa, a él se le va a olvidar. Cuando estoy volviendo a la casa y lo veo en el portal o entrando al edificio saco el celular del bolsillo y finjo una conversación

.… mirá, estoy por llegar a mi casa, o sea que calcula que en quince minutos me desocupo y voy para alla, ¿vos podés espe…

.Y así paso por su lado pretendiendo que no lo vi, o si recién llega el ascensor le hago señas de que suba sin mí, que me quedo hablando en el portal. Recién cuando el peligro pasó, cierro en celular, suspiro aliviado y acto seguido me acuerdo de lo solo que está el pobre hombre y me siento un basura, sabiendo que mi arrepentimiento es perecedero y que la próxima vez haré exactamente lo mismo.